29 Pero, como no era posible oponerse al rey, aguardaba la
oportunidad de ejecutar la orden con alguna estratagema.
30 Cuando Macabeo, por su parte, notó que Nicanor se portaba más
secamente con él y que le trataba con más frialdad en sus habituales
relaciones, pensó que tal sequedad no procedía de las
mejores
disposiciones. Reunió a muchos de los suyos y procuró ocultarse de
Nicanor.
31 Este otro, al darse cuenta de que aquel hombre le había vencido
con nobleza, se presentó en el más grande y santo Templo en el momento
en que los sacerdotes ofrecían los sacrificios rituales y les exigió
que le
entregaran a aquel hombre.
32 Aseguraron ellos con juramento que no sabían dónde estaba el
hombre que buscaba.
33 Entonces él extendiendo la diestra hacia el santuario, hizo este
juramento: «Si no me entregáis encadenado a Judas, arrasaré este
recinto
sagrado de Dios, destruiré el altar, y aquí mismo levantaré un
espléndido
Templo a Dióniso.»
34 Y, dicho esto, se fue. Los sacerdotes con las manos tendidas al
cielo, invocaban a Aquél que sin cesar había combatido en favor de nuestra
nación, diciendo:
35 «Tú, Señor, que nada necesitas, te has complacido en que el
santuario de tu morada se halle entre nosotros.
36 También ahora, Señor santo de toda santidad, preserva siempre
limpia de profanación esta Casa recién purificada.»
37 Razías, uno de los ancianos de Jerusalén, fue denunciado a
Nicanor. Era hombre amante de sus conciudadanos, muy bien considerado,
llamado por su buen corazón «Padre de los judíos»,
38 pues, en los tiempos que precedieron a la sublevación, había sido
acusado de Judaísmo, y por el Judaísmo había expuesto cuerpo y vida con
gran constancia.